El domingo es un medio privilegiado para preservar la fe inaugurada por el bautismo.
El día del señor ha sido desde el principio un espacio gozoso en el que la iglesia es evangelizada continuamente por la palabra que proclama y por los sacramentos que celebra y se convierte en comunidad de fe y en la formación de los creyentes.
La catequesis de la iglesia parte de la confesión de la fe en que han sido bautizados sus hijos.
La fiesta, se sitúa fuera del espacio y del tiempo ordinarios, nos sustrae del aquí y ahora cotidianos haciéndonos prever la eternidad.
Un día sin trabajo dedicado al señor significa algo espiritual.
El significado de vacaciones viene de vacare que significa estar libre de algo para hacer algo. Se dice que un puesto está vacante cuando se sabe que está reservado para alguien que no se sabe.
Este sentido misterioso no sólo convierte el no-trabajo en expresión de fiesta sino que constituye la raíz del verdadero descanso. Sólo hay verdadero descanso cuando éste, de un modo u otro, celebra algo o a alguien, y en particular cuando se traduce en afirmación jubilosa de la familia, la amistad o la Iglesia.
Fiesta es punto de unión entre trabajo y descanso; en ella convergen ambas dimensiones de la vida que se concilian así y se complementan. Un descanso que no celebra nada, que es mera relajación física o psíquica, genera más cansancio del que pretende aliviar. ¿Por qué? Porque es un sentido que decepciona las aspiraciones del corazón humano, deja un poco de frustración y tedio, y requiere dosis cada vez mayores de disipación y superficialidad.
Cuando falta la fiesta genuina el trabajo se torna alienante, degenera en pragmatismo voluntario, que aísla a las personas y las deshumaniza. Trabajo y descanso se vuelven entonces antagónicos e inconexos, y el uno se plantea como huida del otro.
Entonces surge lo que se puede llamar diversión-basura, que es tan característica de la cultura del siglo XXI, configurada como gran espectáculo mediático. La diversión-basura se presenta como el gran estupefaciente que proporciona desfogue y evasión a todos los niveles y cuyo vehículo privilegiado son los medios de comunicación: Internet, televisión, móviles, juegos, etc. (cfr artículo Libertad de corazón y vida contemplativa). Las personas se dejan arrastrar por cualquier estímulo pseudo cultural y queda expuesta a toda clase de manipulaciones.
La diversión-basura también se caracteriza por confundir fiesta con juerga. Se olvida que la fiesta posee un componente de realismo, de fidelidad a la dimensión histórica de la vida, de memoria, que es justo lo que falta en la juerga. La fiesta surge para recordar, la juerga para olvidar; la fiesta es afirmación, la juerga negación; la fiesta une, la juerga aísla (aunque se rodee de estrepitosa compañía); la fiesta, en fin, es un despertar a la realidad, la juerga es una droga contra ella.
Acompañando trabajo y descanso la fiesta da origen en el tiempo, un elemento de eternidad: le marca tiempo al tiempo, lo humaniza; deja de ser de limpia duración para convertirse en historia personal.
En este sentido se puede distinguir dos conceptos antagónicos de tiempo: tiempo-saco y tiempo-mapa.
El primero se parece a un recipiente donde los quehaceres se amarran de modo inconexo, caótico, exasperarte como bultos que intentamos encajar en el maletero del coche. El tiempo-mapa en cambio es un espacio abierto donde cada detalle, cada suceso, tiene una dirección y sentido precisos, se inserta en un camino. Es el escenario de una historia donde hay un horizonte y un paisaje: unos asuntos son urgentes y están en primer plano, otros se ven a lo lejos y los alcanzaremos más adelante; en lontananza se divisa el horizonte vocacional, adonde todo confluye. A diferencia del tiempo-saco, donde nos encontramos solos y nunca pasa nada, el tiempo-mapa, es argumental, novelesco, está poblado de personas. A este respecto es particularmente ilustrativo el célebre pasaje del libro de la Eclesiastés 3, 1-8:
Todo tiene su tiempo:Tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, tiempo de curar; tiempo de destruir, tiempo de edificar; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar; tiempo de romper, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Esta perspectiva se ensancha con la Encarnación del Verbo, porque a su luz la lectura del tiempo —tanto de la Historia universal como de nuestra vida cotidiana— se torna definitivamente clara y comprensible, podemos desplegar el mapa y dirigir nuestros pasos en este mundo. Así lo da a entender Juan Pablo II en su Carta Tertio Millennio Adveniente:
En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, donde se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su cumplimiento en la «plenitud de los tiempos» de la encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos.
En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los «últimos tiempos» (cfr Heb 1, 2), la «última hora» (cfr 1 Ioh 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía. De esta relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo. (n.19).
¿Qué es celebrar algo?
Pero volvamos al tema de la fiesta. Para vivirla, para asumirla y expresarla adecuadamente necesitamos involucrarnos en su celebración. Como apuntábamos al principio, la acción de celebrar incluye cosas muy variadas: jugar, bailar, divertirse, comer, etc. Sin embargo hay una que resulta imprescindible y siempre está presente, aunque sea de modo implícito y latente: el culto religioso, los ritos sagrados, la liturgia. Hasta un simple cumpleaños contiene la evocación de aquella ceremonia —el bautizo— en que el recién nacido fue presentado en sociedad y se le impuso nombre. Por eso todo cumpleaños es cierta prolongación de aquellos regocijos familiares que tuvieron lugar con ocasión del rito sagrado.
Entrar en estos ritos, participar en ellos activamente es lo que hemos llamado culto. Dar culto a Dios es, pues, el meollo de la fiesta y lo que confiere sentido y armonía tanto al trabajo como al descanso. ¿Y en qué consiste el culto? ¿Simplemente en realizar gestos, palabras y acciones de acuerdo con una determinada tradición? Eso sería un ritualismo sin alma, que llevaría a la hipocresía tan censurada por Jesús en el Evangelio. Para que sea auténtico, el culto debe estar centrado en el sacrificio, que constituye como su esencia. Llamamos así al acto por el cual el hombre busca “devolver” a Dios la Creación entera, incluyéndose a sí mismo en ella. Para expresarlo, el hombre reserva algún objeto valioso (los antiguos sacrificaban reses) excluyéndolo de su uso común y convirtiéndolo así en ofrenda, hostia, oblación: algo sólo de Dios y para Dios. Esto es lo que hacemos los cristianos en la Misa cuando ponemos simbólicamente sobre el altar nuestros trabajos, alegrías y penas, con objeto de que, unidas al sacrificio de Cristo se conviertan en hostia pura, santa, inmaculada.
¿Qué es la Pascua?
Los sacrificios pre cristianos alcanzaron su valor con la llegada de Cristo, el cual se realiza perfectamente en él, por ser verdadero Dios y Hombre, la mediación significada en el sacrificio. Por este motivo se puede afirmar que todas las fiestas remiten de un modo u otro al misterio pascual —pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor—, de la cual reciben aliento e inspiración.
¿Y cómo se podría “conectarse” con este misterio pascual? ¿Cómo recibir su gracia y entrar en comunión con el Señor? Mediante la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, mediante el cual sale al encuentro de cada hombre en el espacio y el tiempo. Accediendo a sus sacramentos podemos decir que “tocamos” a Jesús y recibimos de Él, como sucedía a los enfermos del Evangelio —el leproso, el ciego, el paralítico, el mudo— la fuerza salvadora, la curación del pecado, la resurrección incoada.
Todo esta acción salvadora de Cristo, esta maravilloso intercambio entre Cielo y Tierra que inaugura la Encarnación se resume en una sola palabra: Pascua. Esta palabra hebrea que significa El Paso, de tan ricas reminiscencias bíblicas, no sólo expresa todo lo que Cristo hizo sino lo que Cristo es: unidos a Él pasamos de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad; por esa especie de escalera que es Cristo (cfr Gén 28, 12 y Jn 1, 51) desciende todo lo divino y asciende todo lo humano.
En un sentido más específico la palabra Pascua designa los acontecimientos en que culmina la vida del Señor y donde se manifiesta plenamente su misión: nos referimos a la secuencia pasión - muerte - resurrección - ascensión.
Todas los sacramentos y obras de la Iglesia expresan esta Pascua y aplican su fuerza, ahora bien, el núcleo de todo ello y la clave de cuanto la Iglesia hace y es se encuentra en la Misa. Por eso dice el Catecismo (1324):
La Eucaristía es "fuente de toda la vida cristiana". "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua".
¿Qué relación tiene el Domingo con la Misa?
El Domingo no es sólo el día en que tradicionalmente se celebra la Misa. El Domingo mismo ya es celebración, en la que se rememora y actualiza el Día de la Resurrección, que es un día sin ocaso porque en él tiempo alcanza su plenitud y se transfigura, entreverándose con la eternidad. La Resurrección es el único acontecimiento de la Historia que no pasa (Catecismo 1085), y por tanto este Día se encuentra como suspendido en el tiempo, sin declinar jamás. Y este es precisamente el Domingo: dies dierum dice la Liturgia, paradigma de todos los días, día, único y eterno.
Para comprender mejor hay que considerar que en la Antigüedad el tiempo se vivía muy ligado al curso de los astros y a la luz solar. Luz, Sol, Tiempo y Día eran conceptos íntimamente entrelazados. De ahí que, viviendo el Domingo (Dies dominicae, Día del Señor), los primeros cristianos eran conscientes de celebrar a Cristo mismo, llamado en la Biblia Oriens y Sol Iustitiae, Amanecer y Sol, y también Alfa y Omega (Ap 1, 8), Señor de la Historia. Prueba de ello es la antiquísima costumbre de coronar el pináculo de las iglesias con una veleta en forma de gallo, símbolo de Cristo-Luz, como se ve en tantos templos europeos.
De lo dicho se desprende que entre el Domingo y la Misa hay una relación esencial. La Misa es la celebración propia y cabal del Domingo, como su corazón y su raíz.
La misa es la ley del cristiano.
Es comprensible, por tanto, que la Iglesia, usando la potestad recibida de su Esposo (lo que atares en la tierra quedará atado en el cielo) haya establecido de modo obligatorio, la asistencia a la santa Misa el Domingo.
Los primeros cristianos lo tenían muy claro y vivían esta norma en medio de grandes dificultades. La carta Dies Domini de Juan Pablo II recuerda el testimonio de los mártires de Abisinia, que llegaron a dar su vida por esta causa:
Cuando, durante la persecución de Diocleciano, sus asambleas fueron prohibidas con gran severidad, fueron muchos los cristianos valerosos que desafiaron el edicto imperial y aceptaron la muerte con tal de no faltar a la Eucaristía dominical. Es el caso de los mártires de Abitinia, en África proconsular, que respondieron a sus acusadores: « Sin temor alguno hemos celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley »; « nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor ». Y una de las mártires confesó: « Sí, he ido a la asamblea y he celebrado la cena del Señor con mis hermanos, porque soy cristiana » (Dies Dómini 46).
“Es nuestra ley”. Porque, en efecto, más que imponer la Iglesia su ley sobre la Misa, es la Misa misma la que marca a la Iglesia su modo de vivir y actuar, igual modo a cada uno de los cristianos. La Misa contiene todo lo que hay que hacer y toda la fuerza para hacerlo.
¿Cuál es el contenido de esta ley de la Misa? El amor que Cristo tiene, que derrama incesantemente desde el altar y lo propone como camino: sé tú como yo, entrégate, di también con tu vida “tomad y comed”. Por eso la Misa tiene un sentido intensamente nupcial: en ella secelebra la boda entre Dios y los hombres, entre Cristo y su Iglesia: Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado. Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19, 7. 9)
BIBLIOGRAFÍA:
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA nn. 305 – 149.
PIEPER, Josef, Una teoría de la fiesta, Rialp 1974
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instrucción pastoral Sentido evangelizador del domingo y de las fiestas, 22 mayo 1992
JUAN PABLO II, Carta apostólica Dies Domini, 31 mayo 1998
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